La vuelta a casa ...


Somos seres de viaje.

Viajamos desde la concepción hasta el nacimiento, en el seno materno, vivenciando un explosivo e increíble proceso biológico y espiritual. Luego, viajamos por la vida hasta que morimos. Luego de morir, probablemente viajemos un tiempo más en la memoria de algunas personas.

Nuestras almas viajan a lugares que sólo nuestra imaginación puede concebir, quedando -en el interín- nuestros cuerpos en reposo. Viajamos también por las edades de nuestro desarrollo personal, por las etapas de nuestra formación intelectual, por los vínculos que vamos tejiendo -y deshaciendo- en nuestras existencias.

En muchas oportunidades viajamos geográficamente, nos desplazamos físicamente de un lugar a otro por trabajo, por turismo, para iniciar un nuevo futuro, por cuestiones familiares ...

Desde la prehistoria, el hombre ha sido esencialmente nómade, buscando nuevas oportunidades, nuevos lugares donde vivir y desarrollarse, nuevos destinos.

Creo que esa característica innata que poseemos los seres humanos muchas veces nos impele a encarar drásticos cambios de vida, profundas reformas emocionales y sociales e inéditos desarraigos sentimentales y geográficos. Los desafíos personales que este tipo de cambios, estos viajes especiales, nos obligan a atravesar, no son para todos iguales. Algunos los viven con la fuerza renovadora del nuevo aire que respiran en los nuevos lugares y con las nuevas gentes; mientras que otros no terminan de cerrar las puertas del pasado, cayendo en el engañoso anhelo traidor...

Cuando pasado cierto tiempo luego del cambio, sea geográfico, sentimental o simplemente emocional, miramos hacia atrás el punto desde el cual se partió en ese peculiar cambio, advertimos muchas veces el contraste entre ambas situaciones: aquella en la que estábamos momentos antes de iniciar el cambio, respecto a la que nos encontramos hoy día, ya cambiados.

En más de una oportunidad nos vanagloriamos por los cambios logrados, y notamos con orgullo lo diferente que somos luego del cambio hecho. El camino recorrido nos ha obligado a dejar atrás cuestiones, personas o lugares que nos resultaban perniciosos o -cuando menos- nos estancaban en nuestras vidas; sumando con cada paso dado nuevas experiencias, vivencias y sensaciones.

Pero no siempre lo anterior al cambio es completamente malo, sino que simplemente puede haber ocurrido que se haya transformado en una carga en el devenir de nuestra evolución como personas, agotando y anulando los esfuerzos por progresar. 

Es en esa situación cuando, luego de haber consolidado el cambio de lugar de vida, la sustitución del entorno de personas, el cambio de ocupación o trabajo, o -incluso- la mutación de la vida sentimental, al mirar hacia atrás y volver a ese pasado degustamos con un sabor especial cada vuelta a casa. 

Cada retorno a quienes fuimos hace un tiempo atrás, aunque hoy ya no seamos más esas mismas personas.

Así, la mayoría de las veces nos sorprende la proyección invisible de la línea vital que nos hubiera tocado seguir, de haber continuado acompañados de esas personas que hace tiempo dejamos de ver en la cotidianeidad, o en esos mismos lugares de trabajo o cumpliendo esos mismos oficios o profesiones. Ocurre esto mismo, inclusive, cuando volvemos y retornamos al lugar (casa) donde vivimos una parte significativa de nuestra historia vital reciente.

Notamos que no somos ya de la forma y modo en que advertimos intangiblemente que hubiéramos evolucionado esa línea vital ... pero sentimos un gran cariño y afecto por ese hipotético camino no-recorrido. Es el afecto hacia las personas que nos acompañaron hasta que iniciamos nuestros cambios lo que contagia y tiñe nuestras emociones de ese peculiar momento, al volver a casa.

Porque allí, en casa, nos re-encontramos con quienes fuimos en esos momentos pasados, y sentimos las mismas emociones que alguna vez nos nutrieron con esas personas, o en esos mismos lugares.

En la vuelta a casa sentimos, pues, que aunque hemos emprendido profundos cambios en nuestras vidas, algo de nosotros ha quedado allí junto a esas personas con quienes nos emocionamos de igual manera, como si no hubiera pasado el tiempo; o en esos mismos lugares y oficios en donde, además de ganarnos nuestro sustento, esencialmente nos hemos divertido realizándonos con el paso del tiempo y la experiencia acumulada.

A veces, la vuelta a casa ocurre de otra manera, como cuando luego de un proceso emigratorio e inmigratorio visitamos los lugares o casas de nuestros antepasados emigrantes, y sentimos de repente que los círculos se cierran. Que el hilo rojo al fin encuentra su otra parte ... y experimentamos una novedosa comodidad en el nuevo lugar que elegimos.

No somos ya ni emigrantes ni inmigrantes, sino que simplemente ... hemos vuelto a casa.  

  

 

 

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