Esos afectos profundos ... y de toda la vida!


Esos afectos profundos ...

... y de toda la vida! 


A todos nos gusta, y hace muy bien, sentirnos queridos y apreciados.

Construye nuestra identidad como sujetos percibir que alguien, o algunos, nos brindan su afecto, su cariño. Que nos transmiten el mensaje subliminal de reconocer que existimos, y que valemos para ellos.

Es en nuestra infancia cuando esta característica queda grabada a fuego para el resto de la existencia. Y, salvo muy pocas personas que logran cambiar sus reacciones automáticas, generalmente repetimos sin pensar eso mismo que recibimos en la infancia. Tanto lo bueno, como también lo que no fue tan así ...

Ya más grandes, en la inseguridad de la adolescencia y temprana juventud, es el sentido de pertenencia a un determinado grupo el que nos moldea en la autoestima. Y siendo adultos jóvenes, es muy probable que anudemos vínculos vitales con afines a nuestra misma forma de sentir. Vínculos y lazos que son perennes al transcurso del tiempo y a la magnitud de las distancias.

Así pues, han tenido conexiones de este tipo?

Nuestro tiempo aquí es tan breve que permanentemente nos invita a revisar las experiencias vividas en pos de saborear la miel de un buen recuerdo, o para dar pequños golpes de timón para cambiar los rumbos. 

Hace un tiempo atrás tuve una experiencia impactante en este sentido. En efecto, estábamos de vacaciones familiares en USA, recorriendo en motorhome una parte costera de ese país, cuando traté de ponerme en contacto con mi compañero de estudios en la Facultad de Derecho, con quien estudié casi 4 de los 5 años de carrera, y que logramos recibirnos juntos. Ya había tenido la emocionante experiencia del re-encuentro luego de casi 10 años de haber perdido contacto, cuando a principios de la década del año 2000 coincidimos en su ciudad natal (Las Flores, Provincia de Buenos Aires) sólo unas pocas horas. Su historia se había mudado a Italia y la mía a la Patagonia Argentina, y logramos coincidir allí en mi paso vía terrestre a la ciudad de La Plata. Ese re-encuentro fue hermoso, pues nos presentamos nuestras familias y -lo más importante- sentimos el mismo afecto de siempre.

Estos encuentros también se dieron cada tanto con otro compañero de la época universitaria, que vive en Carmen de Patagones, Provincia de Buenos Aires. La misma onda de nuestra juventud.

Retomando nuestra anécdota del motorhome en USA, coordiné con mi amigo que nos encontraríamos en la ciudad de Nueva Orleans (Luisiana), luego de más de 10 años de nuestro último encuentro.
En ese momento él residía en la ciudad de Awstin (Texas) y lamentablemente su familia no podía trasladarse hasta Nueva Orleans. Como era viernes a la mañana y me comentó que el sábado por la tarde tenía un evento con uno de sus hijos, me imaginé que el encuentro se vería frustrado siendo la distancia entre Awstin y Nueva Orleans de más de 800 kilómetros.
Pero no, el loco se largó el viernes al mediodía a conducir su vehículo en soledad los 800 kilómetros que nos separaban, y llegó a Nueva Orleans a las 12 de la noche.

Fue como si nunca hubiera pasado el tiempo ... 

Un encuentro tan intenso que se hicieron las 5 AM y nosotros seguíamos tomando café conversando como si nada.

Conversando como hermanos ... de la vida. Sin secretos, con plena sintonía, "sintiendo" la historia del otro como si fueran emociones propias.

Al día siguiente, compartimos el desayuno a las 10 AM y luego del mediodía volvió para su hogar en Awstin.

Quedé durante varios días "vibrando" en esas emociones compartidas, en un estado de bienestar -que sabía compartido por él- generado en la profundidad de ese ramillete de sentimientos indelebles al paso del tiempo.

Aún hoy, cuando nos contactamos entre nosotros, o en conjunto con el que reside en Carmen de Patagones, se vuelve a palpar ese mismo clima de siempre.

Emociones similares, pero con mayor profundidad aún, experimenté el año pasado y durante mucho tiempo (y perdura hasta hoy día) cuando me re-encontré con mi primo en la ciudad de Buenos Aires.
Estuvimos casi 30 años separados: la última vez que nos vimos él tenía 12 años de edad y yo 22. La diferencia generacional, en ese entonces, marcaba una distancia casi infranqueable.

Hoy ya no es así, y lo siento más como un hermano que como un primo.

Reflexionando sobre lo entrañable de la conexión entre ambos, creo que la misma se produjo, en este caso y pese a la separación física y la falta de contacto, por haber sido criados de similares maneras, con iguales valores familiares, objetivos de vida parecidos ... etc.

Es decir, hay entre ambos personalidades hermanas.

También sentí -y me hicieron sentir- que no había pasado el tiempo cuando hace ya más de 1 año atrás se armó un grupo de whatsapp para coordinar un re-encuentro de compañeros del colegio secundario, conmemorando los 30 años de haber cumplido ese ciclo.
Pormenores aparte (que sin duda ameritan una entrada especial en el Blog), fueron también tan intensas las emociones de esos días de encuentro que sé que muchos de mis compañeros vibran aún hoy -como yo- en la misma frecuencia que "ajustamos" entre todos en esa reunión.

No había pasado más que un instante en nuestras vidas!!

Fuimos muy afortunados al poder volver a juntarnos, queriendo verdaderamente hacerlo, y disfrutarlo a pleno dejando de lado por un momento nuestros 30 años de separación ... pues éramos los mismos adolescentes locos de siempre!!!

Hubo, y hay aún, mucho afecto profundo y sincero, pleno de emociones y vitalidad.

Afecto y conexión ... perennes al efecto del tiempo y la magnitud de las distancias.

Como dijeron una vez los Enanitos Verdes ("Aún sigo cantando"):

Y ayer quizás pensando en tu foto
 Por la calle te encontré andando
Que poco ha cambiado nuestra onda
Solo cambiaron un poco nuestros cuerpos

 Disfrútense!
     
 

    

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