La adrenalina de los elementos ...
La adrenalina de los elementos ...
A todos nos gustan las emociones -digamos- "de llamarada". Esas que se experimentan en forma explosiva cuando tenemos el número ganador de algún sorteo, o en las primeras fases del enamoramiento, cuando se despliegan los procesos de seducción no intencionados. También cuando practicamos alguna actividad que nos llena las vísceras de vértigo, como una montaña rusa de hormonas que recorren instantáneamente nuestros cuerpos, inundados de sensaciones muy placenteras y extremas.
La adrenalina y su hija la dopamina nos esclavizan a esos momentos.
Como cuando estamos por rendir un examen importante, o por encontrarnos con alguien extrañado mucho tiempo, o amado y largamente anhelado; en fin, cuando nuestros corazones se desbocan como caballos salvajes ...
Pero también hay adrenalina y emociones fuertes en aspectos más mundanos de nuestras vidas. Quienes tienen familias numerosas, propias o ensambladas, saben la tremenda inestabilidad emocional que se siente -y expande por todo el grupo- en los momentos previos a emprender cualquier viaje ... Inconvenientes espontáneos aparte, algunas veces los viajes se recuerdan más por la furibunda conjunción de problemas en los momentos menos oportunos, que por tal o cual lugar o paisaje.
Les ha ocurrido algo así? A mi sí. Y muchas veces.
En una oportunidad, habíamos cumplido un Curso de Navegación Costera para timoneles, y dentro de las prácticas del mismo había que concretar dos singladuras: una entre el Puerto de Comodoro Rivadavia y el Puerto de Caleta Córdova (aproximadamente 15 millas náuticas por tramo, unas 3 horas de navegación a vela) y la otra con el Puerto de Caleta Olivia, en Santa Cruz (unas 40 millas náuticas).
Cuando fue mi turno con el instructor, el barco era un Trotter pequeño (aprox. 7 metros de eslora) y en el tramo de ida no había mucho viento. A la vuelta, teníamos un creciente viento del noreste, a unos 20 nudos, mientras nosotros avanzábamos a un rumbo suroeste (o sea, el viento a nuestras espaldas).
Cada vez más viento, cada vez arreciaba un poco más ...
Cada vez más viento, cada vez arreciaba un poco más ...
Ya llegando a las inmediaciones del Puerto de Comodoro Rivadavia, veníamos a una velocidad increíble para el Trotter ... unos 6-7 nudos/hora, que era algo nunca visto en ese velero según mi instructor.
Al virar para ingresar en la rada, el velero entró en la "sombra" del viento de un gran buque petrolero que estaba fondeado descargando combustible, y se acostó literalmente sobre su amura de babor ...
El tremendo susto que me pegué me paralizó ... estaba agarrado como podía a los obenques del mástil, "parado" sobre el borde de la bañera del barco, horizontal a su línea de flotación normal. Es decir, el barco estaba a casi 90° con relación a su posición normal, con la vela mayor tocando el agua en gran parte de su superficie ...
De repente, se adrizó violentamente y volvió otra vez a volcarse sobre babor en esa posición tan incómoda a 90° ... todo en pocos segundos.
Era una de mis primeras navegaciones fuera de las pequeñas salidas a dar "la vuelta del perro", por lo que se imaginarán el resultado de todo ello ... estaba completamente inmovilizado por la adrenalina. Por suerte, mi instructor logró (aún hoy no sé cómo hizo) liberar la escota del spinnaker y el tangón, y recoger esa vela en muy pocos segundos.
El velero se adrizó instantáneamente y pudimos completar la maniobra de fondeo en la rada de Comodoro Rivadavia.
Quedé muy impactado sobre cómo los elementos de la naturaleza (agua y viento) nos habían puesto en peligro en apenas unos instantes, cuando sólo unos momentos antes nos habían servido y cuidado para nuestro traslado por el mar con la máquina del velero ...
Otra experiencia parecida tuve el año pasado con un amigo -instructor de navegación del Curso de Patrón- que necesitaba llevar su velero de 9,5 metros de eslora, desde el Puerto Norte (en la Ciudad de Buenos Aires) hasta el Puerto de Quilmes. Unas 35 millas náuticas, considerando los bordes que debíamos hacer por el viento del sudeste que soplaba ese día.
Mi instructor había estado todo el día, desde la mañana temprano, dando clases prácticas de navegación a timoneles y patrones, y habíamos quedado que alrededor de las 14 hs. emprenderíamos el traslado del velero dado que eran unas 4 hs. de navegación aproximadamente.
A último momento se sumaron dos amigos correntinos que querían navegar, sin casi ninguna experiencia.
Zarpamos y mi instructor me pidió que lleve yo la caña del timón. Hicimos un borde hacia el centro del Río de la Plata (como rumbeando a Colonia, Uruguay), y a unas 5-6 millas náuticas viramos hacia el sudoeste. Había algo de tráfico de veleros, y unos pocos barcos grandes que se trasladaban hacia el norte por el Canal Mitre.
La navegación fue en todo momento de ceñida, y muy divertida por las cada vez mayores olas que generaba el persistente viento del sudeste.
Cuando estábamos en las inmediaciones del Canal de Acceso al Puerto de la Ciudad de Buenos Aires, pasó por delante nuestro un enorme barco portacontenedores. Al rato, mientras íbamos conversando y tomando mate con los correntinos, vimos una serie de crestas rompientes que venían de frente hacia nosotros. Inmediatamente nos dimos cuenta que era el tren de olas que había dejado el portacontenedores y nos aprestamos a atravesarlas.
Para ese entonces las olas promedio eran de 1,5 - 2,00 metros de altura, nada complicado.
El tren de olas (unas 4 o 5) que arribaban hacia nosotros por el tránsito del barco enorme, eran del doble de esa altura ... por eso las crestas rompían.
Para ser honestos ... esas olas metían miedo!
Para ser honestos ... esas olas metían miedo!
Pero bueno, como en el mar no pueden evitarse los elementos, sino sólo enfrentarlos, las pasamos con las maniobras respectivas y sin mayores inconvenientes ... pero con una carga de adrenalina notoria (cuac!).
Continuó nuestra travesía hacia el Puerto de Quilmes y como el viento del sudeste nos hizo abatir demasiado hacia la costa, tuvimos que tomar un par de bordes más para poder entrar a la bocana en buena maniobra ...
Decir eso es fácil ... lograrlo con ese viento del sudeste, más la ola también del sudeste ... muy difícil.
Como el velero era de propiedad de mi instructor y esa era la primera vez que yo lo timoneaba, además de desconocer la entrada al Puerto de Quilmes; cedí la caña a él, que sabía mucho más que yo.
Cuando estábamos en la aproximación final a la bocana del puerto, de repente una ola nos corrió del canal de ingreso (de no más de 3-5 metros, aunque la bocana completa tiene como 100 metros) y la quilla del velero Copain primero rozó el fondo y luego directamente se clavó, recostándose el barco sobre la banda de estribor.
Otra vez una situación generada por los elementos, y de un momento a otro!
Cómo siguió el asunto? Pese a los esfuerzos y maniobras intentadas por mi instructor, el velero fue "arrastrado" por las olas hacia la punta norte de la bocana, comenzando a golpear pesadamente contra los escombros que allí se habían volcado como si fueran acrópodos (tercermundistas por cierto 😰).
Me arrojé al agua con un cabo para tratar de ayudar a un botecito que se nos acercó para brindarnos auxilio y, cuando advertí que ya el desastre era inminente y no lo podríamos evitar, rodeé el barco por la proa y me trepé como pude a los fierros retorcidos de los escombros de la punta.
En el interín, uno de los correntinos y mi instructor trataban de "sostener" el barco para que no se destrozara contra los escombros; mientras el otro correntino estaba casi en pánico en la bañera del velero, totalmente paralizado.
Por suerte, en lo que a mí me parecieron pocos minutos (😶) llegaron "baqueanos" del Puerto y, con el velero recostado sobre la amura de estribor (para ese entonces, se había volcado al otro lado) lograron remolcarlo hasta el canal de acceso y así salvarlo.
Estábamos empapados, aturdidos y casi en estado de shock.
Aunque sé que esas experiencias templan el espíritu, y brindan seguridad para otros accidentes o situaciones similares; no la recomiendo ni deseo a nadie. Podríamos haber muerto ahogados, o aplastados o mutilados por las 8 toneladas del velero.
Tuvimos mucha suerte, los daños al casco del Copain no fueron grandes y rápidamente volvió a servicio para la instrucción de más cantidad de nóveles timoneles y patrones.
Con mi instructor trabé una profunda amistad que perdura hoy en día, producto quizá de la intensidad de lo vivido juntos, que se proyecta a planes futuros en común.
Creo firmemente que esas experiencias tan impactantes ... hermanan y traban ligazones de por vida!
La enseñanza de todo esto, que nos invita a reflexionar individualmente, creo que está dada por la rapidez con que los elementos de la naturaleza nos cambian el decurso de las cosas al convertirse en favorables, cuando estamos en una situación comprometida.
O ... al revés, nos comprometen la vida cuando estábamos disfrutándolos plácidamente ...
Continuó nuestra travesía hacia el Puerto de Quilmes y como el viento del sudeste nos hizo abatir demasiado hacia la costa, tuvimos que tomar un par de bordes más para poder entrar a la bocana en buena maniobra ...
Decir eso es fácil ... lograrlo con ese viento del sudeste, más la ola también del sudeste ... muy difícil.
Como el velero era de propiedad de mi instructor y esa era la primera vez que yo lo timoneaba, además de desconocer la entrada al Puerto de Quilmes; cedí la caña a él, que sabía mucho más que yo.
Cuando estábamos en la aproximación final a la bocana del puerto, de repente una ola nos corrió del canal de ingreso (de no más de 3-5 metros, aunque la bocana completa tiene como 100 metros) y la quilla del velero Copain primero rozó el fondo y luego directamente se clavó, recostándose el barco sobre la banda de estribor.
Otra vez una situación generada por los elementos, y de un momento a otro!
Cómo siguió el asunto? Pese a los esfuerzos y maniobras intentadas por mi instructor, el velero fue "arrastrado" por las olas hacia la punta norte de la bocana, comenzando a golpear pesadamente contra los escombros que allí se habían volcado como si fueran acrópodos (tercermundistas por cierto 😰).
Me arrojé al agua con un cabo para tratar de ayudar a un botecito que se nos acercó para brindarnos auxilio y, cuando advertí que ya el desastre era inminente y no lo podríamos evitar, rodeé el barco por la proa y me trepé como pude a los fierros retorcidos de los escombros de la punta.
En el interín, uno de los correntinos y mi instructor trataban de "sostener" el barco para que no se destrozara contra los escombros; mientras el otro correntino estaba casi en pánico en la bañera del velero, totalmente paralizado.
Por suerte, en lo que a mí me parecieron pocos minutos (😶) llegaron "baqueanos" del Puerto y, con el velero recostado sobre la amura de estribor (para ese entonces, se había volcado al otro lado) lograron remolcarlo hasta el canal de acceso y así salvarlo.
Estábamos empapados, aturdidos y casi en estado de shock.
Aunque sé que esas experiencias templan el espíritu, y brindan seguridad para otros accidentes o situaciones similares; no la recomiendo ni deseo a nadie. Podríamos haber muerto ahogados, o aplastados o mutilados por las 8 toneladas del velero.
Tuvimos mucha suerte, los daños al casco del Copain no fueron grandes y rápidamente volvió a servicio para la instrucción de más cantidad de nóveles timoneles y patrones.
Con mi instructor trabé una profunda amistad que perdura hoy en día, producto quizá de la intensidad de lo vivido juntos, que se proyecta a planes futuros en común.
Creo firmemente que esas experiencias tan impactantes ... hermanan y traban ligazones de por vida!
La enseñanza de todo esto, que nos invita a reflexionar individualmente, creo que está dada por la rapidez con que los elementos de la naturaleza nos cambian el decurso de las cosas al convertirse en favorables, cuando estamos en una situación comprometida.
O ... al revés, nos comprometen la vida cuando estábamos disfrutándolos plácidamente ...
Y eso que ya tenes práctica en eso de la adrenalina luego de 30 años...... no?
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