Coleccionistas de recuerdos ...
Coleccionistas de recuerdos …
Cuando somos padres, viajamos por la vida con la perpetua referencia a las actividades, logros y crecimiento de nuestros hijos. Cada uno con su personalidad, sus propios problemas e inconvenientes, pero también con sus particulares capacidades de aprendizaje, amor y evolución …
Y así pasamos 10 o 20 años de nuestras vidas de adultos, con la mirada puesta en el primer paso, en su primer día de clases, en el egreso de la escuela primaria, en sus primeras salidas solos, en sus amores y en sus des-amores, y en sus -al final- egresos y partidas …
Y entonces, en una más o menos prolongada y embriagadora mezcla de emociones ambivalentes, de orgullo y nostalgia al mismo tiempo, de enérgico impulso y consejo hacia el futuro y -simultáneamente- desesperado y triste intento de retención … caemos en la cuenta que ya no coleccionaremos más anécdotas presenciales en el día a día con nuestros “pollos”, sino que ellos -habiéndose convertido ya en hombres y mujeres (jóvenes, por cierto, pero con sus incontrolables ganas de desplegar sus propios vuelos)- han emprendido su propio viaje ... autónomo de sus padres …
Padres que quedaremos con esa amarga sensación de intentar recuperar esos paseos tomados de una mano diminuta … de intentar revivir la locura de una bicicleta siempre al borde del accidente … de volver a experimentar la diversión de un baño juntos en una pileta o en una playa …
Los animamos a que vuelen lo más alto y lejos que puedan … a sabiendas que no los podremos acompañar … e intuyendo que sólo podremos contemplar la magnificencia de sus propios vuelos ...
Es duro crecer en cualquier etapa de nuestras vidas, pero posiblemente la más difícil de todas las pruebas sea atravesar el umbral de la conciencia acerca de que nuestros hijos han partido hacia la vida … hacia sus propias vidas.
Peor aún, cada despedida nos sorprende con ese tenaz nudo en la garganta, pero felices por sus decolajes ...
Si hemos conseguido entrenarnos lo suficiente en el arte de ser concientes de nuestras propias emociones, y las de ellos y las de nuestros otros hijos; buscaremos ubicarnos en el rol subsidiario del apoyo incondicional ante cualquier problema que tengan … sin olvidarnos del momento en que nosotros mismos “abandonamos” a nuestros padres con esa misma inocente -e incontrolable- inconciencia acerca de las emociones por las que ellos (como nosotros, ahora) estaban atravesando …
A partir de este torbellino de emociones que nos toca experimentar por el simple -e inevitable- hecho de la situación vital que no se detiene, advertimos de un momento a otro que (salvo en especiales momentos de disfrute recíproco en los esporádicos re-encuentos) ya no coleccionaremos anécdotas, picardías, enseñanzas, aprendizajes … ya no más cotidianeidad.
Ya no …
Comenzaremos a coleccionar … perennes recuerdos de ellos.
El desafío entonces es con nosotros mismos … y también con (para los que sean afortunados) los otros hijos que vienen detrás …
Vivamos a pleno sus propias anécdotas … pues el tiempo se encargará de volvernos a colocar -una y otra vez- en la tarea de ser “coleccionistas de recuerdos” ...
Tal vez algún día volaremos con ellos ...
Que suerte que tenemos muchos recuerdos....
ResponderEliminar