Yo quería ser mayor ...

 

Vivimos en un juego de ajedrez ... hacemos jugadas más o menos riesgosas, conservamos piezas para movidas previstas para más adelante ... tratamos de ganar una partida que ya está establecida ...

Desde muy pequeños, y como parte de una herencia cultural que se ha extendido por siglos, recibimos el bombardeo constante y desde todos los ángulos posibles, acerca de lo que debemos ser, lo que debemos hacer y lo que no. Qué está bien y qué no ... 

En las primeras etapas de nuestras vidas, quizá como una reminiscencia de los instintos animales que alguna vez tuvimos como métodos de supervivencia, esa dicotomía de lo biueno y lo malo, esa regla de no se puede o sí debés hacerlo de esa forma; nos evita accidentes, lesiones, la muerte misma ...

Luego, ese deber-ser impuesto transgeneracionalmente muta en conceptos más refinados, tendientes a la adaptación del individuo a las reglas sociales. Ya no son instrucciones para evitar daños físicos o el compromiso de la supervivencia, sino reglas y deberes tácita y genéricamente establecidos para poder ser parte de la Sociedad.

Allí nace ya un grupo de individuos que, inadaptados o rebeldes a esas reglas sociales impuestas (no consensuadas), luchan primero y se apartan luego de las formas en que vive la inmensa mayoría de la Sociedad. Se los trata de rebeldes, inmaduros, anarquistas y cuanta peste verbal se pueda utilizar ... sólo para nombrar a alguno o algunos que por su propia forma de ser, no aceptan los convencionalismos que impone el modelo social actual, tendiente a uniformarnos y des-personalizarnos.

Los que seguimos en esa carrera integrativa del grupo humano general (que luego del grupo familiar nuclear, transcurre luego por distintas fases de socialización, como grupos más amplios de clubes, deportes, colegios y finalmente ... la integración social plena mediante el abandono de la adolescencia y la primera juventud) encontramos de repente el desafío exigente de ser de determinada manera, guardar determinadas formas, no divulgar determinadas cosas, pertenecer a determinados círculos ...

Para ello, existe también todo un decálogo (que no son sólo 10) de buenas reglas de conducta social que se espera que cumplamos, transmitidas de generación en generación de buena fe, para ser aceptados en el grupo social general.

Cuanto mejor sea su cumplimiento y más gente lo aprecie ... mejor y más amplio será el reconocimiento y la fama social.

Así, nos encontramos súbitamente (luego de tildar uno a uno esos cuadros del check-list innominado que se espera de nosotros), con el brillo enceguecedor del prestigio social, del buen nombre nuestro, del éxito y modelo familiar, de la fama profesional o laboral ...

En realidad, a poco de reflexionar sobre ese tortuoso camino que todos hemos iniciado y seguido a lo largo de nuestras vidas, caemos en la cuenta -con sorpresa- que todo es ficticio ... todo es impuesto como un deber-ser funcional a la masa, al grupo social y los medios de consumo y producción; pero que nada tienen que ver con nuestras verdaderas aspiraciones juveniles ...

No lo creen así? Veamos ...

Si tuvieran hoy frente a Ustedes a su joven de 15-20 años de edad, le podrían decir que han cumplido las expectativas de vida y experiencias que tenían en ese mismo momento? Podrían decirle que han hecho lo que él/ella anhelaba a esa edad?

Muy probablemente no. 

Quizá algunas cosas (generalmente materiales) sí hemos logrado; pero los sueños, los sentimientos de libertad, autonomía, aventura y hambre de vivir, es muy probable que los hayamos postergado primero una y otra vez en pos de trabajar para ganar el dinero suficiente para tener nuestra casa, luego el auto, luego ampliar la casa ... para anhelar un automóvil mejor, una casa mejor, un trabajo mejor que nos permita ganar más dinero para re-comenzar el ciclo una y otra vez ...

 Y así, con el transcurso del tiempo, sepultar en el olvido de la rutina y obligaciones cotidianas esos sueños y anhelos que NOSOTROS MISMOS teníamos a los 15-20 años de edad.

Es rutilante y grotesco simplificar este proceso de la forma descripta, pero la presión familiar y social a la que nos exponemos a partir de esa edad para estudiar o trabajar, para tener una casa, casarse, tener hijos, ser exitoso/a, etc., terminó por enterrar a ese adolescente y joven  que -como en la canción de Roque Narvaja- sólo quería ser mayor ...

Lo que no sabía ese adolescente, ni ninguno de nosotros, era el precio que nos iban a imponer las reglas sociales para "ser mayor". Para ser aceptado ...

Peor aún, dejando de lado las propias cuentas que habremos de rendirnos alguna vez cuando volvamos nuestras miradas hacia atrás ... para vernos allá lejos, donde empezamos, y confesarnos las cosas que hemos resignado, las renuncias que hemos presentado, las claudicaciones que hemos soportado; hay otra arista que -creo- es más íntima y profunda.

En efecto, contemplándonos con la justeza y ecuanimidad del observador objetivo (sin castigarnos indebidamente, ni vanagloriarnos vanamente), resulta que en todo ese trayecto, en todo ese proceso hemos oblado el altísimo precio de la auto-postergación de nuestras experiencias del momento.

Inclusive, algunas veces también hemos diferido, postergado o directamente anulado las expectativas, deseos y anhelos de nuestros círculos de afectos íntimos ... en pos de lograr un objetivo material, laboral o social auto-engañándonos para anestesiar lo que percibíamos era una oportunidad de afectos que no se repetiría.

Así, es casi seguro que nuestros hijos pequeños han experimentado una enorme frustración cuando no hemos dormido con ellos una siesta porque teníamos una "reunión importante", o un trabajo que generaría mucho ingreso familiar ... Nuestros padres han sufrido esperándonos con unos mates ... cuando estábamos en esos temas tan importantes para cimentar nuestros futuros ... Nuestros cónyuges o parejas ...

Nosotros mismos nos hemos mentido innumerable cantidad de veces para acallar lo que queríamos hacer, allanando el camino a lo que debíamos hacer ... A lo que se esperaba que hagamos ...

Es duro cantarse esas verdades, como decía Mario Benedetti, pero es absolutamente necesario.

A esta o a cualquier edad. 

Animémosnos a hacerlo cuando lo necesitemos para madurar ... Cuando querramos cambiar el rumbo. Cuando no soportemos más la calesita del consumo social, material y laboral ... 

Seamos sinceros y tomemos conciencia de lo que hemos hecho, cómo hemos vivido hasta ahora con las cosas buenas y las no tanto ... pues todas ellas nos conforman.

Somos una unidad inescindible con nuestro pasado; pero si nos cuidamos lo suficiente, y con cariño y amor revisamos lo hecho, y por qué lo hicimos; podremos siempre cumplir nuestros anhelos.

Nunca es tarde ...

Yo todavía quiero ser mayor ...


 

PD: Aquellos que deseen escuchar la canción de Roque Narvaja, hagan click aquí

 

Comentarios

  1. Esas piezas se ven estratégicamente muy bien acomodadas anunciando una jugada. Se vería muy feliz la foto de las fichas de ese tablero desparramadas fuera de los cuadrados !! Puedo imaginarlo 😊

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

La vuelta a casa ...

Nuevos hilos rojos

Encuentros