Las apariencias no engañan ...

 

 

Todos nos plantamos ante la vida, cada día, intentando dar nuestra mejor imagen. Nuestra mejor apariencia, nuestra mejor predisposición, rostro, modales, empatía ... en fin, procuramos relacionarnos de la manera que -consideramos- es más óptima para nosotros mismos y nuestros grupos de relación.

Trabajamos cotidianamente con nosotros mismos en búsqueda de aceptar y ser aceptados por nuestros entornos, sean éstos de la naturaleza y especie que sean ... sociales, laborales, afectivos, familiares, deportivos, etc.

En todos esos ámbitos tratamos de presentarnos bien. De dar una buena impresión. De agradar y ser de tal modo reconocidos como individuos.

Para ello usualmente recorremos un largo camino en nuestro "entrenamiento social" mediante ensayo-error, logros y fracasos, éxitos y frustraciones ... Inclusive, procuramos formar ese perfil externo mediante el jalonamiento de los aspectos positivos o exitosos de nuestros recorridos vitales, en una suerte de encadenamiento de escenas que han tenido éxito, o que nos han resultado positivas en nuestras vidas de relación. Eliminamos o procuramos borrar los fracasos sociales, afectivos y de relación; buscamos corregir esos aspectos y potenciar lo que -percibimos- resulta aceptado por nuestros diferentes entornos.

Pero todo ese trabajo, que algunos llaman identidad, y que muchas veces lleva toda una vida construir y conformar (aunque a veces ni siquiera se termina), se encuentra asentado en nuestro exterior. Reposa en nuestra vida de relación externa, que se constituye mediante el cambiante entramado de las subjetividades exteriores de cada individuo o grupo con el que nos vinculamos.

Creo que no somos eso. 

Esa identidad es el producto de la interacción social, familiar, laboral, etc.; que pule algunas aristas de nuestra personalidad, desbasta los aspectos negativos para el conjunto y potencia lo que es provechoso para el grupo (que casi nunca lo es para nosotros mismos).

En realidad, creo también que cada día "armamos" el expediente de nuestras vidas para presentarlo ante la sociedad a fin de ser analizado, juzgado y sentenciado. Prolijamente elegimos cada hoja del mismo, seleccionando las que queremos sean vistas y ocultando o haciendo invisibles las que no queremos mostrar ...

Con celo y empeño foliamos, acomodamos y enumeramos las etapas de ese "expediente" vital, y lo sometemos a la consideración de los demás ... para que sea aprobado.

Para sentirnos aprobados.

Pero (siempre hay uno) es evidente, y seamos sinceros, que ese expediente constituye nuestra más potente herramienta de apariencia vital

Mediante una elaboración condicionada por nuestras necesidades de la vida de relación, no dudamos entonces en aparentar cosas que en realidad no somos ...

Si tomáramos conciencia de ello, a poco de transitar ese camino nos veríamos despojados de tales cuestiones y necesidades en el espejo de nuestro propio ser interior. Así, y de tal modo, es claro que deberemos entonces afrontar y confesarnos las evidentes apariencias que creamos mediante ese expediente de vida, mediante ese currículo de vivencias ... 

Allí veremos entonces, con perplejidad y madurez, que las apariencias en realidad no engañan. Ni a nosotros mismos, ni a nadie.

Por el contrario, nos desnudan como verdaderamente somos; pues muestran al atento lector de esos expedientes vitales, cómo hemos preparado el mismo, para qué y para quién, y -fundamentalmente- por qué lo hemos preparado ...

Esto es, qué hemos verdaderamente querido ocultar, cuáles aspectos propios no queremos presentar, por quiénes no queremos ser tomados ...

Surge en este punto, con irrefutable evidencia, la certeza de la frase popular que afirma:

"Lo que Pedro dice de Juan, dice más de Pedro que de Juan ..."

Interesante, no?

 


 


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