Tiempo ...
Ya no tengo tiempo ... escribe en sus versos Mario Andrade.
El habla de su tiempo vital restante, con mucha pasión y profunda sabiduría. Habla del tiempo que le queda por vivir, y en consecuencia decide hacerlo con plenitud.
Muchas veces nos impactan enormemente esas imágenes de nuestras vidas finitas ... de nuestros caminos que se van consumiendo y no nos damos cuenta.
Otras veces, la instantánea es la opuesta: afirmamos que no tenemos tiempo hoy para dedicarnos al presente, porque necesitamos ocuparnos de otras cosas del futuro en este mismo momento.
Y decimos entonces, demasiadas veces: hoy no tengo tiempo.
En realidad, sí tenemos. Siempre, en todo momento.
Aún en las etapas más álgidas, complicadas, enredadas y angustiantes de nuestras vidas ... tenemos tiempo.
Tenemos tiempo para decidir una cosa o la otra, para optar por un camino de profundización del stress y del vértigo diario, o no; para elegir postergar eso que nos clama por más tiempo, o continuar dándole excusas.
El que no quiere tener tiempo, tiene excusas. Miles de ellas.
Porque en realidad, si somos conscientes de lo que ocurre en esos momentos de decisión, en esas encrucijadas donde algo o alguien nos ofrece compartir su tiempo con el nuestro y nosotros decimos que no, que no tenemos tiempo; es indiscutible que lo que verdaderamente hacemos es negarle y negarnos ese tiempo en el presente.
Lo sustraemos de la experiencia del momento, con alguna excusa que encontramos útil o apropiada, robándonos de tal modo la posibilidad de aceptar ese convite que alguien o algo nos está haciendo en ese preciso instante.
Decimos que no podemos, porque alegamos no tener tiempo; pero en realidad sí lo tenemos, sólo que lo negamos, lo renunciamos. No sólo se lo negamos al que nos ofrece su tiempo con nosotros, sino que -peor aún- nos lo negamos a nosotros mismos.
Nos quitamos la posibilidad, el evento, el momento; poniéndonos las más variadas excusas para justificarnos y dar -a su vez- una diplomática respuesta negativa, sin advertir que en realidad lo que ocurre es que no queremos participar de ese tiempo.
A decir verdad, dejando de lado algunas situaciones que por lo especiales y esporádicas podrían justificar la negativa al tiempo que se nos demanda, pues estamos ocupados en algo muy urgente o impostergable, único y de ese instante y no de otro; la gran mayoría de las veces aplicamos el placebo del auto-engaño al sostener no tener tiempo para ocultar lo real y procurar no ser descubiertos: no estamos dispuestos -en verdad- a compartir ese instante.
Es como si la permanencia en nuestra zona de confort adormecida nos diera infinitas excusas para decirnos que no tenemos tiempo para tal o cual cosa, que carecemos de tiempo u oportunidad para dar a esa persona que nos ofrece su propio tiempo, o que nos falta el tiempo necesario para encarar y sostener esa actividad que siempre -por ende- se procastina.
Una y otra vez se repite, con mínimas variantes, el mismo ciclo de negación del tiempo.
Es muy triste darse cuenta y captar la frustración que ello genera en ese otro ser que nos invitó a compartir ese tiempo ... Aunque su demanda fuera de sólo unos pocos minutos, nuestras negativas recurrentes disfrazadas de excusas terminan por revelarle dolorosamente la evidencia: no queremos estar con esa persona.
O, si cambiamos de sujeto, no quieren estar o compartir con nosotros. Miles de excusas recibimos a diario de afectos que no desean compartir con nosotros, o del mismo modo nuestro.
No juzgo ni analizo los motivos individuales de cada uno, que seguramente los habrá más valederos o no. Por el contrario, me toca reflexionar acerca del efecto que esa situación genera en el "invitante".
Le negamos nuestra presencia, con cualquier tipo de excusa, cuando él o ella nos ha ofrecido su tiempo ... que también es finito, se acaba, y se consume de igual manera que el nuestro.
Entonces, un buen día la evidencia se hace incontrastable, se impone la realidad sin dejar espacio a ningún resquicio evasivo ... y nos damos cuenta que en esa particular relación o vínculo, siempre el invite fue unilateral. Nunca o muy pocas veces fue correspondido, y muchas menos partió del otro extremo.
Como un mazazo recibimos de repente la noticia de lo que siempre fue evidente y no quisimos, ni pudimos, ver antes: nunca tuvieron tiempo ... siempre hubo una excusa ... el vínculo se sostuvo por nuestra iniciativa.
No es que los otros, esos con los que nosotros quisimos pasar nuestro tiempo, sean o hayan sido malos. Simplemente no lo vieron, ni tampoco quisieron verlo. No les interesó como a nosotros.
Invitamos con nuestro tiempo, y el convite no fue aceptado.
Ni más, ni menos que eso.
Pero (siempre hay uno), en el otro lado de nuestros caminos vitales hay todo un grupo selecto de seres que no sólo sí han aceptado nuestras iniciativas a pasar un tiempo juntos; sino que también ellos nos han dado a su vez su propio ofrecimiento de tiempo.
Nos han regalado parte de su bien más escaso y finito: su tiempo aquí con nosotros.
Nos han buscado para compartir momentos, experiencias, emociones ... a sabiendas que se consumía parte de su tiempo. Parte de sus vidas ...
Esas personas son las más valiosas en nuestras vidas.
No solo porque conectamos con ellas de una manera muy singular y profunda, sino porque hacen que el tiempo juntos ... valga doble!
Ojalá logremos ver con claridad quiénes son los que aceptan sin excusas nuestros tiempos, y mucho más a quienes también disfrutan ofreciéndonos el suyo.
Ofreciéndonos sus tiempos.
Comentarios
Publicar un comentario