Recuerdos de guerras ...


 


Cada cierto tiempo nuestras vidas nos imponen períodos de re-acomodamiento, de re-ordenamiento de nuestras cosas, poniéndonos en crisis en nuestras comodidades cotidianas, sacudiéndonos de nuestras zonas de confort en pos de resignificar los pasados y recalibrar el futuro.

No soy por esencia reacio ni alérgico a esas crisis que periódicamente se nos presentan, sino que por el contrario las agradezco con todo el corazón, porque aprendo muchas cosas de cada una de ellas. Así, cuando tenemos esos cimbronazos que nos desacomodan durante un tiempo, generalmente luego de un inicial camino nebuloso terminamos aprendiendo a conocernos un poco más (y mejor), aprendiendo también a conocer y re-conocer mejor nuestros entornos, y culminamos en las postrimerías de la crisis viendo con mayor claridad no sólo nuestros interiores sino también la realidad de la mayoría de nuestras relaciones más cercanas. 

Es en ese agridulce proceso en que nos encontramos algunas veces, esto es en pleno tironeo entre la inestabilidad propia de la crisis y el grito de la invitación al retorno a la zona de confort adormecida, cuando tenemos la opción de elegir hacia dónde avanzar. Podemos optar por no innovar y quedarnos en el territorio ya conquistado y conocido, o adentrarnos en la crisis y darle la oportunidad de que nos muestre por qué vino, para qué quiere ocupar nuestra atención, y cuál es la enseñanza que nos dejará al final de su existencia.

La decisión es tan personal e íntima que muchas veces ni siquiera la tomamos a nivel conciente ... sólo intuimos el posible camino a seguir, avanzando a tientas en un camino obscuro y que se presenta -las más de las veces- algo tenebroso y con sensación de zozobra.

Pero no siempre todo es incertidumbre.

En algunas oportunidades debemos avanzar en las crisis también sobre terreno conocido y trillado, sólo para cerrar etapas y abrir espacios a nuevas vivencias, nuevos rumbos en nuestros caminos ... Nueva vida.

En ese territorio conocido me encontraba días pasados: ordenando, clasificando y desechando escritos, papeles de trabajo y documentos acumulados en casi 30 años de trabajo jurídico. En un primer momento la necesidad fue la de ordenar y hacer espacio físico ... pero rápidamente esa cuestión se transformó en otra experiencia muy distinta relacionada no ya con los papeles y documentos en sí, sino con el intangible que nos plantean las etapas que cada uno debe ir cerrando a lo largo de su vida.

Ví desfilar así, durante varios días, algunas décadas de mi vida.

Rememoré y volví a sentir momentos lindos y felices, experimenté de nuevo la adrenalina de las aventuras vertiginosas en la jungla de los pasillos de los Tribunales, recapacité sobre las etapas no tan agradables ... y por momentos se sentaron espititualmente a mi lado personas inolvidables, personas que ya no están por aquí ...

En más de una oportunidad recordé verdaderas guerras declaradas y desatadas por nimiedades ... por egos narcicistas imposibles de domar ... en las cuales perdieron todos los involucrados.

Recordé, sentí, me emocioné y lloré las heridas que dejaron esos campos de batalla.

Pero nunca me sentí mal. Porque toda esa experiencia contituyó mi camino hasta el día de hoy, por lo que agradecí cada paso, cada guerra, cada éxito ... y también cada fracaso y derrota.

Reflexionando un poco acerca de lo que a cada momento tenía entre manos para archivar, clasificar o descartar, entré en conexión con cada una de las emociones que -evidentemente- registraba cada paso de cada caso judicial que tenía por delante.

Cada hato de documentación era un compendio de las emociones del cliente atribulado porque lo habían demandado, o porque debía demandar a otra persona por algún incumplimiento civil.

Cada carpeta registraba un período, en mis manos tenía una porción en la vida de cada una de esas personas, en la que vivieron sus casos con congoja e incertidumbre, o con esperanza y ansiedad ... Sus emociones habían aflorado con fe en lograr el éxito, o con la certeza del riesgo y costo medido.

Pero todos, inclusive yo también, estuvimos un período de tiempo conectados emocionalmente. Y yo tenía, en ese mismo instante, los documentos que así lo atestiguaban.

Sonreí y disfruté con mucha intensidad ante cada carpeta que tomaba y analizaba ... ante cada cliente que allí aún se mantenía vivo, latente, expectante ...

Recuperé a gente que ya no está más por aquí entre nosotros, rememorándola a través de los casos y pleitos en los que los asistí y representé. 

Volví a sentir lo que con cada uno de ellos ocurría en sus casos, a cada momento; cayendo una y otra vez en la cuenta que tenía ante mí una parte de sus historias vitales: la que vivieron conmigo.

Me sentí muy feliz, porque sé que cada uno me entregó lo mejor que tenía: su tiempo.

Creo que ese es el secreto que sublima la batalla ... Es lo que transforma el conflicto en lo que verdaderamente fue y es: una experiencia vital transitoria, gobernada en realidad por las emociones que cada parte puso en juego en el campo de acción. 

Y la crisis?

La crisis dio el puntapié inicial, pero quedó atrás por conducto de las conexiones emocionales que me transportaron hacia el pasado, para homenajear esas encomiendas que alguna vez me dieron, y sentir nuevamente eso que ya se agotó, que ya no está en el mundo físico ... pero que quedó en el papel, en la memoria y en las emociones evocadas.

Seamos capaces de mirar con amor el hilo de emociones que  nos trajo de una u otra forma hasta nuestros días, hasta nuestra situación vital actual; y agradezcamos a todos aquellos que han colaborado con ese camino regalándonos sus tiempos.  

 

 

Comentarios

  1. Así es... no nos damos cuenta de todo eso hasta que finalmente va desaparciendo..

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

La vuelta a casa ...

Nuevos hilos rojos

Encuentros