Nos volveremos a ver ...
Para Pipo, mi gordito lindo ...
La Vida es hermosa. Nos regala a cada momento y en cada etapa de nuestras existencias, momentos inolvidables, experiencias gratificantes, profundos aprendizajes y bellas enseñanzas, y compañías invalorables ...
Vamos cosechando así, desde el mismo momento de nacer y hasta morir, relaciones y vivencias que van jalonando nuestros momentos de cada día en sucesivas experiencias que siempre, con la apropiada apertura mental y presencia en el aquí y ahora, conforman lo que llamamos "mi vida".
Por lo general, aunque nos nos demos totalmente cuenta de ello, estas experiencias cotidianas nos llenan el espíritu y nutren nuestros seres en el encuentro con otros. Así ocurre en ese especial espacio en que dos o más existencias tienen -como en la teoría de los conjuntos- un espacio o lugar común: donde ambos seres se mezclan y son un solo ser sintiente. La comunión que a veces se logra de esa forma es tan plena, irrestricta y completa que difícilmente cada uno de esos seres puedan reconocer su individualidad separada de la experiencia vital compartida con el otro ... en esos momentos y períodos de común-unión entre ambos.
He vivido experiencias así en distintos ámbitos y con diferentes personas, de uno en uno o en grupos pequeños, pero siempre con el gozo del espacio emocional y sentimental compartido en común. Vivido de a dos, en conjunto. Esos momentos nos revitalizan y recordarlos nutren nuestras ganas de volver a vivirlos, de volver a intentarlo, de volver a sentirlo ... con ese otro ser, o con otros.
Algunas veces esas vivencias en común constituyen un fogonazo intenso y efímero, que nos marca de por vida por la fuerza y magnitud de las emociones compartidas, y otras -la mayoría- se constituyen poco a poco con el aporte desinteresado y cotidiano de cada uno al espacio común que -en la privacidad del encuentro- se comparte con regocijo único. Buscamos ese encuentro y ese compartir ... y nos buscan de la misma manera. Sentimos que necesitamos, y nos gusta, ese encuentro con ese ser y así también nos lo hacen sentir exactamente de vuelta.
Cuando ese gozo mutuo se consolida en el tiempo, amamos incondicionalmente y sin reclamos. Nos entregamos por completo a esa particular relación, pues nos nutre y vitaliza. Por lo general establecemos ese tipo de conexiones con personas afines, con parejas, hijos y amigos que elegimos como íntimos.
Muy afortunados nos sentimos, además, cuando esos vínculos de comunión se dan con nuestras mascotas, con esos seres a quienes les abrimos las puertas de nuestros hogares y adoptamos como un integrante más de la familia. Peludos, con alas, caparazones, picos u hocicos esos "bajitos" de la familia se ganan nuestros corazones y nos entregan todo su amor y alegría de vivir, a cada momento. Amamos su compañía y nos transformamos, poco a poco, en la razón, motivo y esperanza por la que viven esperándonos cada día.
Nos convertimos de a poco, y elegimos y nos eligen así del otro lado también, a cada instante, en sus compañeros de vida. No importan muchos nuestras diferencias físicas: el amor incondicional nos une. Nuestra comunión es tan intensa y profunda que llegamos a entendernos con sólo mirarnos ...
Confiamos en ellos y sus puros sentimientos y ellos nos entregan su más incondicional fidelidad y cariño. Somos sus padres, sus faros, sus protectores y el motivo por el que gozan vivir.
Pero toda esa belleza que a cada paso Eros, la Vida, nos ofrece y pone por delante tiene su lado brutal y cruel cuando su opuesto Tanatos, la Muerte, reclama su parte de protagonismo en el discurrir de la existencia. De todas las existencias ...
Fatalmente, por el sólo hecho de existir la vida acaecerá la muerte. De una u otra forma, más o menos temprano, con dolor o pacíficamente ... Tánatos demandará y actuará sobre la Vida, sobre nuestras vidas.
Nuestra común-unión sorpresivamente se interrumpe y nos deja, desolados y perplejos, en el desierto vacío de su repentina ausencia. Sin aviso previo alguno nos transformamos súbitamente en huérfanos de esa relación especial y única.
Sin la capacidad suficiente para entender aún por qué, ni tampoco pudiendo asimilarlo por la congoja que nos inunda y desborda, la cruda realidad de la pérdida irrumpe en nuestras vidas y nos sentimos precipitadamente abandonados y desamparados por la rotura de una relación que íntimamente anhelábamos que perdurase para siempre ... Morimos un poco con ellos, y una parte de nosotros se marcha también ...
Nuestra intimidad y vínculo exclusivo y bilateral se esfuma abruptamente y caemos en la cuenta que ya no tenemos más ese alimento que nos nutría a cada instante, y que ha partido.
Que muere y se extingue junto con nuestro compañero.
Es entonces que con el dolor que nos oprime el pecho y que sentimos -literalmente- que nos parte el corazón, aceptamos en un primer instante la evidencia irrefutable de la vida que se fue, asumiendo estoicamente que Tánatos cerró el círculo de esa Vida.
Y así, con el paso de las horas y días, buscamos respuestas que nunca podremos hallar, hacemos preguntas que nadie nunca nos contestará, indagamos por causas que jamás nada ni nadie nos podrá explicar ... y anhelamos tener el poder de llevar el tiempo para atrás, para intentar huir del dolor actual que fulmina, demuele y extingue, a cada instante que pasa, esa comunión que ya no existe.
El tránsito de la sorpresa al dolor profundo nos abate como el peor temporal de nuestras vidas, desorientándonos y amenazando nuestra zozobra emocional, pues creemos que nuestros compañeros deberían seguir aquí, con nosotros y no con Tánatos. Esa resistencia al abandono que implica la comunión emocional rota alimenta nuestro dolor en la misma medida de su fuerza. Más nos resistimos a aceptar la pérdida emocional, más nos duele.
Algunas veces, como siento en este mismo momento al escribir estas líneas, nuestros compañeros se marchan dándonos un último mensaje de amor que nos marca a fuego: no entendimos lo que les estaba sucediendo y en su amor incondicional e infinito no nos reclamaron absolutamente nada, pues éramos sus protectores y confiaban en nosotros ... O peor aún, estábamos tan ocupados con nuestros asuntos diarios que ni siquiera pudimos ver lo que con toda evidencia nos estaban mostrando a cada momento: me siento muy mal y me estoy muriendo ...
Cuando nos despedirnos así, como me ocurrió con Pipo, mi Gordito lindo, nos invade una culpa tremenda, pues sentimos que les hemos fallado a nuestros compañeros. Correspondía que nos hiciéramos cargo de la situación por la que estaban atravesando y no supimos hacerlo.
Sentimos que, en el final de sus vidas, no estuvimos a la altura de su amor incondicional, y lloramos profundamente por ello, pues nos invade el remordimiento de no haber correspondido el amor que -aún en su agonía- nos seguían brindando.
Como todo, este oscuro y sombrío sentimiento, que probablemente sólo podamos mitigar un poco en el futuro pero que seguramente nos acompañará el resto de nuestras vidas, puede ser fuente de aprendizaje si con humildad aceptamos que -aún sin intención- nos pudimos haber equivocado.
Nos queda así, en el debe de nuestras emociones, una cuenta por pagar, un saldo que cubrir, un valor pendiente de entregar.
Podemos cambiar algunas cosas aquí, en nuestras vidas, y estar más presentes con nuestros afectos (todos ellos) para advertir y notar cuando nos necesitan, y de ese modo procurar no repetir situaciones que consideramos erróneas, aprendiendo la dura lección que compañeros como Pipo nos dejan ...
Podemos tratar de separar lo urgente de lo importante, para no caer anticipadamente en estas zancadillas que Tánatos nos pone ...
Podemos ...
Puedo ... volverte a ver, mi Pipo querido, y cuidarte como no lo hice?
Espero que nos volvamos a ver, mi Gordito lindo ... Lo necesito 💓


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